Existe una materia prima fundamental de la que el hombre se ha servido desde tiempos remotos y gracias a la cual ha podido desarrollar su vida: el barro. De la tierra hemos extraído en parte conocimientos que nos han ayudado a la supervivencia en un mundo escaso, apenas habitado y que pertenece ya a la historia antigua. Con el barro la mente humana ha evolucionado, incitándola a la imaginación y a la permanente búsqueda de soluciones capaces de satisfacer sus necesidades más urgentes y cotidianas. Debidamente humedecida la tierra se convierte en arcilla, que a su vez, al secarse y reposar durante un tiempo a una temperatura elevada, adquiere condiciones de dureza e impermeabilidad. Del mundo mediterráneo procede una amplia cultura ceramista que en Murcia arraigó sobremanera; de la que hablan infinidad de restos arqueológicos hallados a lo largo de toda la geografía regional en las distintas excavaciones realizadas en el suelo. Puede decirse, por lo tanto, que el de alfarero es el oficio más viejo entre gentes murcianas. Durante siglos, toda clase de cacharros y recipientes han servido a las necesidades domésticas porque cientos de alfares, crecidos en los más diferentes lugares, produjeron hasta nuestros días esos útiles que hoy son desbancados por otros materiales y modos de fabricarlos, y, como en Totana y Mula, se formaron importantes núcleos de producción que han marcado su impronta más allá de la zona concreta donde se asientan. El primer paso es buscar la tierra, que será de distinta procedencia según la pieza que se vaya a levantar, pues cada una exige un tipo de arcilla. En un proceso en el que se utilizan distintas balsas para depurar la tierra mojada y conseguir la densidad y humedad que cada alfarero particularmente prefiere, se logra la textura del barro listo para empezar a trabajar en él. Esta masa, densa y flexible, cortada en pellas, se coloca en el torno para levantar los cacharros, domésticos y tradicionales. El pie sacude con fuerza la falda o rueda a la vez que los dedos presionan la arcilla como en una caricia. Vasijas, cántaros, ollas, lebrillos, fuentes y platos van adquiriendo su forma mientras la masa, por el sabio hacer del artesano, cambia y cambia, se transforma, crece, se ensancha o estiliza. La explotación de los alfares es familiar y todos colaboran. Una vez que las piezas se han secado al aire son transportadas al horno (de tipo árabe) para su cocción. Como reliquia de un pasado y sistema de vida ya desaparecido, tan sólo en Totana encontramos hoy aquella tinaja que almacenaba aceite, vino, trigo, agua o cualquier otro producto.
viernes, 11 de abril de 2008
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