Murcia, como otras regiones marítimas de España, tuvo destinos autónomos en múltiples momentos de la Historia. La franja litoral, aislada y físicamente fragmentada, vuelve la espalda a las mesetas del centro, desde donde fluye incesantemente la voluntad de unificación, que culminará con la Reconquista. Es a partir de esta naturaleza contradictoria cómo hemos de entender los avatares históricos de una Región condicionada por su enclave mediterráneo. La herencia de los romanos fue mejorada y embellecida por la llegada de la dominación árabe, iniciada por la invasión del bereber Tarik en el 711. Así, en tiempos del califa Abd el Rahman II se perfeccionó en Murcia el sistema de regadío desarrollado por los romanos, y se introdujeron frutos nuevos y prácticas hortícolas hasta entonces desconocidas, que importaron de África y Persia. Son estos, sin duda, los orígenes esenciales de nuestra economía huertana. Fueron, pues, los árabes los que crearon un vergel a orillas del río Segura, sobreponiéndose a sus predecesores, los cuales sólo habían conseguido hacer de esta provincia un "erial donde crecía a su gusto el esparto" (el campo espartario cartaginense, que así fuera denominado por Roma). Reflejo de tal prosperidad es el florecimiento cultural: poetas musulmanes como Ibn Arabí cantaron al esplendor de su tierra. El sedimento de todas las civilizaciones precendentes experimentará una gran convulsión con la llegada a Murcia de Jaime I en 1243. La Reconquista, una empresa de colonización permanente, a la vez que una guerra santa, situará a Murcia, en tiempos de Alfonso X de Castilla, como vanguardia fronteriza del único bastión árabe, el reino nazarita de Granada, hasta su caída en poder de los Reyes Católicos, en 1492. Este punto marca el inicio de la expulsión de los árabes de la Península; en 1610, más de 15.000 personas partirán del puerto de Cartagena. Los últimos en marcharse serán los habitantes del Valle de Ricote. El acervo cultural murciano va configurándose por los movimientos demográficos y por la influencia eclesiástica, a través de dos órdenes principales, Dominicos y Franciscanos, que implantan ritos y costumbres en una población que llega al siglo XVIII como vanguardia de la práctica cristiana. Es en este siglo cuando resplandecen ciudades como Lorca, Murcia y Cartagena, nutridas ahora con pobladores procedentes de puntos dispares (León, Provenza, Italia...), llegados en este siglo y en el anterior a colonizar los territorios abandonados en el éxodo morisco. Esta confluencia de civilizaciones ayudará, sin duda, a entender la riqueza de las tradiciones populares que han perdurado hasta nuestros tiempos.
miércoles, 16 de abril de 2008
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